Por Diana Marcela Páez Castaño.
Psicóloga coordinadora workshop Plural en Nomad Works
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En estos tiempos de aislamiento por COVID 19 hemos tenido la oportunidad en que todos los miembros de la familia nos encontramos en casa las 24 horas los 7 días de la semana. Para algunos una oportunidad, para otros un reto. Es cierto que al estar todos en casa se genera una sobrecarga en las tareas del hogar, ¿quién hace de comer?, ¿quién arregla la ropa?, ¿quién hace el aseo?, ¿quién cuida de los niños y niñas? Normalmente esta tarea está resuelta por que casi que naturalmente las mujeres la hemos asumido de generación en generación, como si el chip estuviera encarnado en nuestros ovarios y es allí cuando la economía del cuidado debe de ser valorada, pero también asignada a los hombres.
Y ¿Qué es La economía del cuidado? La economía del cuidado ha sido definida por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de Naciones Unidas, como: espacio donde la fuerza de trabajo es reproducida y mantenida por las mujeres, incluyendo todas aquellas actividades de crianza de niños y niñas, las tareas de la cocina y limpieza, el mantenimiento general del hogar y el cuidado de personas enfermas o en situación de discapacidad.
Es importante mencionar que la economía del cuidado no solo pasa en casa, sino que permite la comprensión del sistema económico y de generación de bienestar social que no es remunerado pero que si es una forma de trabajo.
Por lo anterior, es fundamental la valoración del trabajo no remunerado de la mujer para modificar la percepción social de este tipo de trabajo y su aporte al desarrollo económico y social del país.
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Lo anterior nos deja unas claridades, la primera que las labores domésticas y del cuidado deben ser considerada como una forma de trabajo. La segunda que, aunque no sea remunerada debe ser valorada por los otros, porque, aunque las mujeres las realicemos de manera natural, no quiere decir que sea nuestra obligación. Y la tercera, que al realizar estas labores estamos contribuyendo a la estabilidad del hogar (porque si no cuidas a tus hijos, tu esposo no podría ir a trabajar o si no le lavas la ropa, él no tendría qué ponerse para ir a su trabajo) y esto nos da unos derechos patrimoniales.
Ahora bien, muchas mujeres ya hemos comprendido este fenómeno y nos hemos desprendido de algunas tareas del hogar, pero se nos dificulta “dejarlos hacer las cosas solos”, “entregarles esos espacios”, “no controlar o supervisar lo que el otro hace”, ¿Por qué? ¿Porque quizás desde allí eres reconocida?
Y en este punto, entramos a un plano personal, de una necesidad de reconocimiento, de ser valorada, pero también reconocemos la necesidad de romper paradigmas, como: si cocinas rico ya te puedes casar, y otros estereotipos de género que promueven a que terminamos cargando responsabilidades que no son solo nuestras.
Mi recomendación para las mujeres es a empezar a deconstruir estos estereotipos de género que a la final nos restan libertades, a re-aprender nuevas formas de ser mujer, a encontrar mas espacios de autocuidado, a aprender a soltar y a confiar en el otro, a reconocer sus derechos y exigirlos, a tener apertura y reconocer que el otro NO ayuda, sino que participa, porque esa también es su responsabilidad. Y para los hombres, mi recomendación es a que se lancen a este nuevo espacio de cuidado del otro, a que reconozcan sus sensibilidades, a que desarrollen otras habilidades y a que participar en ese que también es su espacio.
Diana Marcela Páez Castaño
Psicóloga, Máster en psicología de niños, adolescentes e instituciones
Psicóloga con perspectiva de género.
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