por Magda Tovar
Psicologa colaboradora Nomad Project
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¿Cómo están de creatividad? fue la pregunta con que iniciamos. Ninguno de los que estábamos sentados en esa sala ni se sentía ni era artista, por lo tanto, la respuesta general fue un más o menos con risa nerviosa. Ahí estábamos un grupo de personas adultas con ganas de ser más libres, hablo de esa necesidad de desatar o despertar una parte de nosotros mismos que sentimos perdida, adormecida; esa capacidad para crear que sabíamos alguna vez tuvimos.
Considero que la creatividad tiene relación con el mundo infantil, reconocemos a los niños como creativos, menos rígidos en su pensamiento, más libres en su expresión y es tal vez desde esos primeros momentos de la propia expresión infantil, que conocimos la creatividad y nos sabemos creativos.
El primer ejercicio que nos propusieron esa noche fue significativo, algo como rasgar un velo y vernos de frente con el reto de crear. Asumimos representarnos en una escultura, con diversidad de materiales a disposición. Lo primero fue escoger los materiales que queríamos utilizar, lo segundo, contar de nosotros mismos por medio de un lenguaje olvidado, como el dibujo, la pintura, la escultura, debíamos contar quienes o como éramos por medio de texturas, colores y formas. Fue emocionante, no fue un despertar suave, fue un despertar enérgico; al terminar todas nuestras creaciones las expusimos. Mi expectativa estaba puesta en comunicar; que el trazo, el color y la forma dijeran algo a los demás, el ejercicio nos regaló mucho más.
Quien presentó cada pequeña obra no fue su autora; con esto cruzamos mínimo dos dimensiones, la interpretación de lo estético y la descripción de quién y cómo era la persona quien lo hizo, solo basándonos en la pequeña obra. Fue sorprendente, con carcajadas y sonrojos íbamos describiendo a la autora, su personalidad, sus gustos, sus temores, su forma de relacionarse, su tipo de trabajo. Fuimos viendo a la persona en su obra, o mejor, suponiendo sobre la persona, lanzándonos a adivinar como era; no nos conocíamos entre nosotros, sin embargo, fueron más los aciertos que los errores.
Después vinieron más ejercicios para nuestra mente y todos nuestros sentidos. La creatividad fue despertando, fuimos reconquistando esa capacidad de decir, de imaginar y representar a través de distintos lenguajes, como lo visual, lo escrito y sus combinaciones.
Comprendí que la creatividad es más amplia que muchas de las habilidades adultas, es más libre que las lógicas seguras con las que funcionamos, que la expresividad y la creatividad no se limitan al arte y conecta con una capacidad infantil, la de no pertenecer a estereotipos, cualidad que se adormece con los años pero se recupera.
La creatividad es la posibilidad de inventar o volver a decir lo mismo con otras palabras, con otros colores, es ver enlaces, asociaciones, interconexiones o fugas y proponerlas, mostrarlas, compartirlas. Los adultos que experimentamos retos de creatividad durante esos encuentros le abrimos la ventana a la infancia, caminamos con el asombro de la mano, abrimos un lugar para lo maravilloso, iniciamos un camino con todos los desenlaces posibles y ojalá sin fin.
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